Daniela Quintana Quintana
Secretaria Académica
Facultad de Arquitectura, Construcción y Medio Ambiente
Universidad Autónoma de Chile, Sede Temuco
Se nos vino marzo y con ello la locura del día a día. Los niños y jóvenes regresan a clases, las rutinas vuelven a apoderarse de nuestros horarios y el tráfico se convierte en pan de cada mañana. Las tan anheladas vacaciones quedan atrás, transformándose en un recuerdo entre fotografías y anécdotas.
Pero con la vuelta a clases aparecen otros problemas, especialmente el atochamiento vehicular en nuestras ciudades. Llevar a los niños al colegio, llegar a tiempo al trabajo, acudir a una cita médica o simplemente trasladarse de un punto a otro se convierte en una odisea diaria. Y esto no es un fenómeno aislado. A medida que las ciudades crecen y las familias buscan tranquilidad en sectores periféricos, el tiempo de traslado aumenta. Muchas veces, estas decisiones responden a factores económicos, ya que las viviendas en las afueras son más accesibles que en los centros urbanos, cada vez más despoblados y tomados por el comercio.
El problema es que nuestras ciudades no siempre están preparadas para enfrentar estos cambios. Los planes reguladores debieran anticiparse a estas transformaciones, pero en muchos casos no están actualizados, generando problemas de planificación que complican la vida de todos. El resultado es una ciudad segmentada, con largas distancias entre el hogar, el trabajo y los servicios esenciales. Mientras tanto, el tráfico sigue en aumento. La congestión vehicular no solo afecta nuestra calidad de vida, sino que también impacta en el medioambiente y la economía. No se trata solo de construir más calles o ampliar avenidas.
La clave está en gestionar mejor la movilidad, fomentando un sistema de transporte público eficiente y digno. Es urgente mejorar su cobertura, frecuencia y comodidad para que sea una opción real y no solo una alternativa de quienes no tienen otra opción. Es fundamental generar incentivos para su uso, garantizar recorridos eficientes y mejorar la infraestructura de espera. Considerar una planificación urbana inteligente que piense en sus habitantes. Además, es crucial que las políticas públicas y las inversiones en infraestructura se alineen con las necesidades de la comunidad, promoviendo un desarrollo urbano sostenible y equitativo.
También debemos apostar por nuevas formas de desplazarnos: movilidad compartida, infraestructura para peatones y ciclistas, horarios laborales más flexibles y tecnología que optimice los trayectos. Debemos impulsar alternativas como el uso de bicicletas y la peatonalización de ciertas áreas para descongestionar nuestras calles. En muchas ciudades del mundo, la integración de estos factores ha reducido la congestión y mejorado la calidad de vida de las personas.
No podemos seguir permitiendo que el transporte público sea una alternativa de segunda categoría. Si queremos una ciudad más eficiente y con mejor calidad de vida, debemos cambiar nuestra forma de movernos. Construyamos juntos la ciudad que queremos. Una donde trasladarse no sea un problema, sino parte de la solución. La adopción de soluciones innovadoras y sostenibles, como vehículos eléctricos y energías renovables, también juega un papel fundamental en la reducción de la contaminación y el impacto ambiental. Fomentemos una cultura de responsabilidad y compromiso con el entorno, donde cada ciudadano sea parte activa del cambio. Al trabajar juntos, podemos transformar nuestras ciudades en espacios más habitables y amigables con el medioambiente.
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