Camila Valck Keitel
Psicóloga
Postítulo en Psicología Humanista
He escuchado a madres y padres no solo preguntarse, sino también cuestionar si sus hijos tienen oportunidades reales de formación personal, tanto en la etapa escolar como universitaria. ¿Existen instancias concretas donde puedan mirarse, preguntarse quiénes son, qué valoran y cómo quieren habitar el mundo?
Recuerdo que en mi casa nadie me dijo “lee”. No fueron necesarios incentivos explícitos: lo aprendí habitando los mismos espacios. Mis padres leían a diario, y la biblioteca cruzaba todo el pasillo. Había novelas, historia y también libros de desarrollo personal. Yo simplemente me senté en las escaleras, con un libro entre las manos, imitándolos.
Desde entonces, leer y buscar respuestas se volvió algo natural, porque lo aprendí viendo a otros hacerlo, no porque me lo dijeron. Y eso me hace pensar: ¿somos conscientes del impacto de nuestras acciones cotidianas en la formación de nuestros hijos? Muchas veces nos preguntamos cómo ayudarlos a conocerse o encontrar lo que les apasiona, pero ¿les mostramos el camino? ¿Compartimos nuestras búsquedas, dudas y aprendizajes?
Incluirlos en nuestras reflexiones diarias y también en instancias más formales de formación personal no solo los inspira, también les muestra que crecer es un proceso constante y humano. Como madres y padres, educamos no solo con lo que decimos, sino también con lo que somos: cuando compartimos nuestras inseguridades, tropiezos y avances, habitamos con ellos el camino del crecimiento. Y dejarnos ver en ese trayecto también es educar.
El desarrollo personal no debería considerarse un lujo para quienes tienen tiempo o recursos. Es la base de cómo nos vinculamos, trabajamos y habitamos el mundo. Sin embargo, en muchos espacios —desde el colegio hasta el trabajo— aún se privilegia el hacer por sobre el ser. Se valoran los logros visibles, pero no siempre se fomenta la conciencia de lo que sentimos, elegimos y de cómo nos construimos con nosotros mismos y con los demás.
Como psicóloga, veo cómo muchas personas llegan a entrevistas sin claridad sobre sus fortalezas, intereses o lo que les importa. Tal vez nunca tuvieron el espacio ni la guía para mirarse con profundidad, ni se les enseñó que está bien no tener todas las respuestas, que la vulnerabilidad también es parte del camino.
Por eso creo que necesitamos modelarlo desde la infancia: mostrar que seguimos buscando, que nos cuestionamos, que también nos caemos. Conversar, llorar, cambiar de opinión, pedir ayuda o ir a terapia son parte del desarrollo personal. Nuestras hijas e hijos aprenden más de lo que observan que de lo que se les dice. No basta con hablar de lo importante que es crecer: necesitamos dejarnos ver.
¿Estamos siendo modelos reales de lo que queremos transmitir? Tal vez baste con invitarles a leer, perderse en una biblioteca o conversar sobre lo que nos mueve. Educar también es habitar con ellos los procesos, no desde la perfección, sino desde la humanidad de quien sigue aprendiendo.
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